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Cartas íntimas


N

ermina mía: Vas á morir, vas á dejar este valle de lágrimas, este infecundo arenal donde has caminado algunos lustros sin encontrar un arbol que te prestara sombra, ni una fuente que calmara tu sed. ¡Pobre mártir...!

Hace diez años que te ví por primera vez: entonces eras joven, simpática y graciosa; en tus ojos irradiaba la esperanza, tus labios sonreían, tus megillas tenían el color de la rosa en capullo, tus rubios cabellos coronaban tu frente, tu talle gentil se inclinaba con elegante abandono.

La juventud te brindaba sus sueños de oro, y llena de actividad trabajabas incansable, esperando mañana estar mejor.

Pero llegó un día en que la miseria se presentó en tu hogar y desató los dulces lazos de la familia: tu padre y tus hermanos dejaron su nido y huyeron á la des-