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AMALIA D. SOLER

¡Ay!... Pobre del que llora, que le desdeña el mundo
por que sus ayes turban su impura bacanal.

Amaos unos á otros, nos dice la escritura,
y odiarnos mútuamente, nos pareció mejor,
la envidia y la calumnia que son de igual hechura
buscáronse y se unieron con fraternal amor.

¡Qué mundo tan pequeño es éste que habitamos!...
sin duda por sarcasmo se llama á esto vivir,
cobardes y mezquinos en todo nos mostramos:
la educación tan sólo nos llega á corregir.

Mas queda la semilla del mal en nuestro pecho
y siempre fructifica con tal fecundidad,
que el más leve accidente presenta claro hecho
que el hombre lleva el germen en sí de la impiedad.

¿En esos otros mundos será mejor el hombre?
Sin duda debe serlo si está cerca de Dios.
¿Tendrá distinta forma...? ¿tendrá distinto nombre?
¿irá como en la tierra de su codicia en pos?

No, no; debe ser grande y hallarse revestido
de un algo poderoso que irradie clara luz:
debe ostentar su frente el sello bendecido
que á la virtud legara, el que expiró en la cruz.

¡Oh! ¡cuánto anhela mi alma llegar á esas regiones!
aquí me falta espacio, aquí me falta fé:
pues veo luchar tan solo mezquinas ambiciones
y no encuentro los seres que en mi ilusión soñé.