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Amalia D. Soler

mueren dichosos defendiendo su idea y adorando su creencia; pero Celia despojada de sus padres y del nombre que le pertenece, ocupando una de las más tristes posiciones sociales, no tiene ni aún el consuelo de amar su desgracia, sino de rebelarse contra su infortunio.

— Así le sucede, Amalia; muchas veces, cuando yo la animo para que trabaje y estudie, me dice sonriéndose con tristeza: para lo que yo he de figurar, ya sé bastante. Lo que me llama mucho la atención es la profunda antipatía que siente por el clero. Cuando tiene que ir á confesar, siempre me dice: pero, Sor Inés, ¿porqué no había de valer la confesión que yo le hago á V., si V. sabe mis más ocultos pensamientos? ¿A qué irle á decir á un hombre que no me inspira confianza, lo que yo guardo en el santuario de mi alma?

¡Pobre Celia! su corazón le dice que una confesión mal interpretada, le arrebató todo cuanto poseía en la tierra, y luego me negará V. la comunicación directa de los espíritus!

— Yo no niego ni concedo, Amalia; trato de cumplir lo mejor que puedo la ley de Dios, pero me asusta verdaderamente el trastorno social que traerá la práctica de esas nuevas doctrinas. Adiós templos y al-