nuestras aspiraciones se refunden en la mirada de un ser amado. Luís era mi mundo, yo no veía más que á él.
— No te fatigues, Magdalena, le dije yo, comprendo lo demás.
—Sí; pero lo que tú no podrás comprender, es que Luís, (hijo de una familia supersticiosa hasta el extremo), quiso buscar en la religión un amparo, un apoyo para nuestra unión, y no titubeó en decirle á su confesor que amaba á una mujer con delirio, y que contaba con su protección para verificar su enlace; necesario, porque su corazón lo reclamaba y además, porque su honor y su conciencia así se lo exigían. ¿Qué pensarás tú que hizo el confesor?
— ¿Fué á ver á tu padre?
— No; se levantó al oir la revelación de Luís, le cogió por un brazo y le dijo con voz amenazadora:
«¡Hijo del pecado! ya que has sido débil dominado por la flaqueza humana, levántate, desgraciado, del fango en que te has hundido, deja á esa mujer que expíe en la soledad y el abandono la enormidad de su delito; tú te irás fuera de España, y sólo en el momento de tu partida te daré la absolución; mientras tanto, yo no puedo absolver á un hombre que vive en el pecado.»
Pero señor, le decía Luís, si hay per-