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Amalia D. Soler

— Magdalena. 

— ¿Dónde vive?

— Muy lejos, á lo último de la calle de Embajadores, junto á una fuente; el número no lo sé.

Por la impaciencia que V. ha tenido por saber la historia de Celia, comprenderá la que yo sentiría por conocer cuánto le había pasado á mi antigua amiga, pues una voz secreta me decía que ella era la madre de Celia.

Al día siguiente, porque mis obligaciones no me dejaron ir antes, emprendí el camino en busca de Magdalena; al fin encontré su casa, pero ¡qué casa, Amalia! yo que la había dejado en un palacio, la encontré en un cuarto bajo, oscuro, con las paredes ennegrecidas, donde se respiraba una atmósfera viciada y nauseabunda, echada en un jergón, cubierta con una manta hecha girones, encontré á una mujer devorada por la fiebre con los ojos medio cerrados. Al sentir pasos los abrió, y la infeliz, al ver mi traje, solo pensó en su hija, é incorporándose me preguntó con una ansiedad indescriptible:

— ¿Está mala mi hija?

— No, Magdalena, tu hija está buena, y estreché entre mis brazos á la amiga de mi infancia. Era ella, mi corazón no se