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Amalia D. Soler


— No sucederá, no tenga V. cuidado, vámonos al jardín y estaremos con más tranquilidad.

Llegamos á tan delicioso parage y nos sentamos junto á una fuente. Sor Inés se replegó un momento en sus recuerdos, su semblante tomó una expresión melancólica y con acento triste y pausado, dió principio á su relación.

— Si no fuera porque tengo gusto en complacer á V., no me ocuparía en referir un episodio que me impresiona; pero algún sacrificio le debemos á la amistad, y aunque á grandes rasgos, le contaré la historia de Magdalena, madre de Celia, pues la de esta última, está aún en los primeros capítulos.

Esa muger demacrada y de humilde continente que ha visto V. al lado de Celia, hace 18 años que era más bonita y más distinguida que su hija: vástago de una ilustre familia, vivía rodeada de todas las comodidades y encantos de la vida; jóven y bella, y por su buena posición, debe usted comprender que Magdalena tendría muchos adoradores.

— Ya lo creo que los tendría, y mucho más si poseía la especial simpatía de su hija.

— Algo de eso había, aunque no en tan