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Amalia D. Soler

las imaginaciones, algo avanzadas, encontraban tanta injusticia, tanta tiranía, tan inconcebible absurdo en la existencia de estas regiones, que juzgaban á Dios como un ser vengativo, egoísta y que se colocaba á gran altura, como decían vulgarmente, para que no le alcanzara la venganza de los mortales.

Cuantas veces antes de conocer yo el Espiritismo, he contemplado á esos ancianos andrajosos, colocados en pequeños carros por estar inutilizadas sus piernas y que imploraban la caridad pública, y he murmurado con desconsuelo: ¿para qué vivirán estos seres? ¿Qué falta harán en el mundo, desheredados de la gran familia? Y en cambio mueren niños hermosos que simbolizan una esperanza, y desaparecen de la tierra mujeres hechiceras que estaban llamadas á ser buenas esposas y excelentes madres... Esto es un contrasentido, ésta es la más extraña de las anomalías.

Los ministros del Evangelio se han quejado siempre de la poca fé que ha germinado en el corazón de los hombres, á los oradores religiosos les ha parecido poca y á mí me parece mucha; demasiado buena ha sido la humanidad, ó demasiado ignorante, que se ha sacrificado en aras de un Dios monstruoso. Hé aquí la causa, el por