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Amalia D. Soler

ojos no acudiera el llanto, caeríamos como heridos del rayo y nuestro globo no hubiera contado apenas dos siglos de existencia.

Tu queja es justa; no hay filósofo en el mundo que al perder el todo que le unía á la vida, no se olvide, siquiera por una hora, de todas las razones lógicas, de las consideraciones más profundas, de las deducciones mejor meditadas; el espíritu está unido íntimamente á la materia y no siempre está en completa elevación, no se empequeñece, se vulgariza, y toma una parte activa en nuestros dolores y en nuestras alegrías.

Los hombres más eminentes, las almas mejor templadas, han derramado una lágrima en la tumba de sus esposas y de sus hijos; nosotras que hemos pasado por el mundo como pasan las hojas secas, sin dejar huella, no es extraño que el dolor domine nuestro organismo. Llora, pobre Sofía! llora; yo uno mi llanto al tuyo, siquiera por la analogía que hay en nuestras existencias, que aunque por distintas causas, no tenemos ni un debil arbusto que nos preste sombra, pudiendo repetir estos versos de Camprodón:

Y cruzamos un valle pedregoso,
y arenales tostados por el fuego,