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ha sentido, pues, los límites de su vida, de su poder de existir y amar al lado de una mujer adorada, frente a la Naturaleza y al tiempo y bajo el ojo de Dios? ¡Oh amor! ¡Que te teman los cobardes y te proscriban los malvados! ¡Tú eres el sumo sacerdote de este mundo, el revelador de la inmortalidad, el fuego del ara; y sin tu fulgor, el hombre no presentiría el infinito!

XXIX

Aquellas seis semanas fueron para mí un bautismo de fuego que transfiguró mi alma y la limpió de todas las impurezas que hasta entonces la habían mancillado. El amor fué antorcha que, al abrasarme, me esclareció también la Naturaleza, este mundo, mi misma alma y el cielo. Comprendí lo enano de este mundo, viéndole desaparecer ante una sola chispa de la verdadera vida. Me avergoncé de mí mismo mirándome en el pasado y comparándome con la pureza y la perfección de mi amada. ¡Entré en el cielo de las almas al penetrar con los ojos y el corazón en aquel mar de belleza, sensibilidad, pureza, melancolía y amor que se entreabría más a cada hora en los ojos, en la voz, en las palabras de la celeste criatura que acababa de mostrárseme! ¡Cuántas veces me arrodillé ante ella, la frente en la hierba, en la actitud y con el sentimiento de la adoración!

¡Cuántas veces le supliqué, como se implora a un RAFAEL 7 4