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conservasen el recuerdo de la hora que habíamos pasado juntos, de los pensamientos que nos habían inspirado, del aire que nos habían hecho respirar, de la gota de agua que habíamos bebido en el hueco de la mano, de la hoja o de la flor que allí cogimos, de la huella que nuestros pasos habían impreso en la hierba húmeda; que todo aquello nos fuese devuelto un día, con la partícula de existencia que allí habíamos dejado al pasar y respirar, para no perder nada de la felicidad que se desbordaba de nuestros corazones y volver a hallar todos aquellos minutos, todos aquellos éxtasis, todas aquellas emanaciones nuestras en el fiel depósito de la eternidad, donde todo se recobra, incluso el soplo que se acaba de respirar y el minuto que se creía haber perdido.

¡Acaso nunca, desde la creación de aquellos lagos, aquellos torrentes y aquellos granitos, se hayan alzado a Dios desde aquellas montañas himnos tan tiernos e inflamados! Había en nuestras almas bastante vida y bastante amor para animar toda aquella naturaleza, aguas, cielo, tierras, rocas, árboles, y para que con suspiros, arrebatos, voces, gritos, perfumes y llamas se pudiese Ilenar el santuario entero de una naturaleza más vasta y más muda todavía que aquella en que desvariábamos. Si se hubiese creado un planeta para nosotros solos, nos habríamos bastado para ocuparle, vivificarle, darle la voz, la palabra, la bendición y el amor durante una eternidad. Y que se diga que no es infinita el alma humana! ¿Quién