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de noviembre, al leve crujido de las primeras ráfagas de escarcha o nieve en los cristales, y oyendo el gemido del viento en otoño, viento lluvioso que parecía relegarnos a nuestro propio interior y gritarnos: "Daos prisa a decir todo lo que nunca se ha dicho en vuestros corazones, y todo lo que debe decirse antes que el hombre y la mujer mueran, porque yo soy la voz de los malos días que se acercan y que van a separaros."

XXVIII

Fuimos visitando juntos, sucesivamente, todos los senos, todas las olas, todas las arenas del lago, todas las cimas, todas las lomas, todas las gargantas, todos los secretos valles, todas las grutas, todas las cascadas que se despeñan por las grietas de roca de Saboya. Vimos más lugares sublimes o amenos, más soledades misteriosas, más desiertos encantados, más minúsculas casitas suspendidas entre los abismos y las nubes en los caminos salientes de las montañas, más vergeles, más aguas lechosas espumeando por los prados en pendiente, más bosques de abetos y castaños abriendo a las miradas sus columnatas sombrías y recogiendo en sus cúpulas el eco de nuestra voz, de los que harían falta para ocultar un mundo de amantes. En cada uno de estos sitios dejábamos un suspiro, un entusiasmo, una bendición.

Les suplicábamos quedamente o en voz alta que