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mientos por los pensamientos; de los sentimientos por los sentimientos; del alma por el alma, que los confunde en una sola e indivisible existencia y los hace tan inseparables como el rayo de ese Sol que se pone y el de esa Luna que se eleva, cuando se encuentran en el mismo cielo para remontarse confundidos a ese mismo éter, ¿hay otra felicidad, grosera imagen de ésta, tan lejos de la unión inmaterial y eterna de nuestras almas como el polvo lo está de esas estrellas y ell minuto de la eternidad? "Yo no lo sé, no quiero saberlo. ¡Y no podré saberlo jamás!—añadió con un acento de desdeñosa tristeza cuyo sentido enigmático no pude comprender al pronto—. Pero —prosiguió con tal abandono en la actitud, en el acento y en la confianza, que parecía entregarse a mí enteramente: ¿Qué importan las palabras? Os amo! La Naturaleza entera lo diría por mí si yo no lo dijese; o, más bien, dejadme decirlo muy alto la primera, decirlo por los dos:

¡Nos amamos!

—¡Oh! Decidlo, decidlo más! ¡Volved a decirlo mil veces!—grité, levantándome como un insensato y recorriendo a grandes pasos la lancha, que resonaba y oscilaba bajo mis pies—. [Digámoslo juntos, digámoslo a Dios y a los hombres, al cielo y a la tierra, y a los elementos mudos y sordos! ¡Digámoslo eternamente, y que toda la Naturaleza lo repita eternamente con nosotros!...

Caí de rodillas ante ella, con las manos juntas y el rostro cubierto por mis cabellos.

RAFAEL 6