Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/81

Esta página no ha sido corregida
79
 

piraciones, nuestras almas unánimes, hablaban tan divinamente por nosotros? Antes, parecíamos temerosos de que el menor ruido de voz o de palabras viniese a disonar en el encanto de semejante silencio. Creíamos deslizarnos del azul del lago al azul del horizonte, sin ver las orillas que acabábamos de dejar ni las que nos esperaban.

Of que una respiración más fuerte y prolongada fluía lentamente de sus labios, como si su pecho oprimido por un peso invisible hubiese devuelto, en un solo aliento, toda la aspiración de una larga vida. Me sobresalté.

—Sufrís?—le dije con tristeza.

—No—dijo; no era un dolor, era una idea.

—¿En qué pensabais con tanta intensidad?—repuse, } —Pensaba—respondió que si Dios, en este instante, dejase inmóvil toda la Naturaleza; si ese Sol quedase suspendido así; el disco, semioculto por los abetos, que parecen pestañas de los párpados del cielo; si esta luz y esta sombra permaneciesen así confundidas e indecisas en la atmósfera; este lago, en la misma limpidez; este aire, en la misma tibieza; esas dos orillas, eternamente a la misma distancia de la barca; ese mismo rayo de luz etérea, sobre vuestra frente; esa misma mirada de vuestra piedad, en mis ojos, y esta misma plenitud de alegría, en mi corazón, yo comprendería al fin lo que no he podido comprender desde que pienso o sueño.

1 Y qué es?—pregunté lleno de ansiedad.