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benerme a su lado a la esperanza de conservarme.

No pudiendo acompañarme, a causa de su edad y aus ocupaciones, me confió a una familia extranjera que llevaba dos hijas casi de mi edad a Suiza e Italia. Con aquella familia viajé dos años; vi montañas y mares que me recondaban los de mi infancia, respiré los aires tibios de las olas y ventisqueros: nada pudo la juventud ya marchita en mi corazón, aunque todavía forezca en el rostro, engañándome a mí misma algunas veces. Los médicos de Ginebra me mandaron aquí como última tentativa de su ciencia. Me han ordenado que prolongue mi estancia aqui mientras haya un rayo de soll en ese cielo de otoño; después iré a reunime con mi marido. Ay, cuánto habría querido que encontrase a su hija curada, rejuvenecida, radiante de porvenir, a mi regreso! ¡Pero, lo comprendo, no volveré a él sino para entristecer sus últimos días y tal vez para extinguirme en sus brazas! Es igual—prosiguió con una resignación que tenía casi el acento de la alegría—; ya no dejo la tierra sin haber entrevisto al hermano tan esperado, el hermano del alma en quien mi instinto de enferma me había hecho soñar en vano hasta ahora, y cuya imagen, anticipada por mi ideal, me había desilusionado de todos los demás seres reales. Sí—dijo terminando y cubriéndose los ojos con sus langos dedos rosados, entre los cuales vi correr una o dos lágrimas—; sí, el sueño de todas mis noches se ha encarnado en vuestras facciones esta mañana, al despertarme. ¡Oh, si no fuera ya