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"Un hombre célebre y de edad venía de cuando en cuando a visitar la casa de educación nacional y a informarse de los progresos que hacían las alumnas en las ciencias y en las artes enseñadas por los mejores maestros de la capital; siempre me presentaban a él como el más cumplido modelo de la educación que se daba a las huérfanas. Me trataba, desde mi infancia, con singularísima predilección.

"¡Cuánto me pesa—decía en ocasiones, bastante alto para que yo lo oyese—no tener un hijo!

"Un día me llamaron al salón de la superiora.

Allí encontré al ilustre anciano, que me esperaba.

Parecía no menos intimidado que yo.

"Señorita me dijo, al fin, los años corren para todo el mundo: largos para vos, cortos para mí. Hoy tenéis diez y siete años. Dentro de unos meses alcanzaréis la edad en que esta casa debe devolveros al mundo. Pero el mundo no tiene otra donde recibiros. Carecéis de patria, de casa paternal, de bienes y de parientes en Francia. La tierra en que nacisteis está en poder de los negros. Vuestra falta de existencia independiente y de toda protección viene preocupándome hace años. La vida que una joven se gana con el trabajo está llena de emboscadas y de amargura.

Los asilos que se aceptan en casas de amigos son precarios y humillantes para la dignidad del alma. La extremada hermosura de que os ha dotado la Naturaleza es una luz que delata la obs-