Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/50

Esta página no ha sido corregida
48
 

te en la extremidad de sus fuerzas y necesita que una fuerza misteriosa y más que humana se sobreañada a la impotente tensión de sus deseos. Me arrodillé en el suelo, juntas las manos sobre el borde del lecho, las miradas fijas en el rostro de la joven. Imploré largamente, ardientemente, hasta verter lágrimas, que acabaron por inundar mis ojos y ocultarme la imagen de aquella cuyo despertar pedía yo tan apasionadamente. Así habría pasado sin advertir la duración del tiempo y sin sentir el dolor de mis rodillas sobre la piedra: tan absorbida estaba mi alma por una sola sensación y una sola voluntad. De pronto, al pasarme maquinalmente la mano por los ojos para enjugarlos, sentí una mano que tocaba la mía y caía dulcemente sobre mi cabeza como para separar mis cabellos, desvelar mi cara y bendecirme. Di un grito; miré; vi que los ojos de la enferma se reabrían; que su boca respiraba sonriente; vi un brazo tendido hacia mí para coger mi mano y escuché estas palabras: "Oh Dios mío!¡Gracias! Ya tengo un hermano!"

XIII

El fresco de la montaña la había despertado mientras yo rezaba al borde de su lecho con el rostro cubierto por mis cabellos y mis lágrimas.

Tuvo tiempo de ver el fervor de mi compasión en el fervor de mi plegaria: Tuvo también la