Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/29

Esta página ha sido corregida
27
 

Tal país, tal estación, tal naturaleza, tal juventud y tal languidez de todas las cosas en derredor mío, tenían una maravillosa consonancia con mi propia languidez. La acentuaban hechizándola. Sumergíame en abismos de tristeza; pero una tristeza viva, bastante llena de pensamientos, de impresiones, de comunicaciones íntimas con lo infinito, de claroscuro en mi alma para que yo no intentase esquivarla. Enfermedad de hombre, pero enfermedad cuya sensación es un atractivo en vez de ser un dolor, y en que la muerte semeja un voluptuoso desvanecimiento en lo infinito. Yo estaba resuelto a entregarme a ella por entero en lo sucesivo, a huir de toda compañía que pudiese distraerme de ella, a envolverme en silencio, soledad y frialdad en medio de la gente que encontrase allí; el aislamiento de mi espíritu era un sudario, a través del cual yo no quería ver a los hombres, sino tan sólo a la Naturaleza y a Dios.

Al pasar por Chambery había visto a mi amigo Luis de X***. Le había hallado en el mismo estado en que yo me encontraba: sabio displicente, hastiado de la amargura de la vida; genio indescifrable, alma replegada sobre sí misma, cuerpo fatigado de pensar. Luis me había indicado una casa aislada y tranquila, en lo alto de la ciudad de Aix, donde se daba hospedaje a los enfermos. Esta casa, regida por un anciano médico retirado y su mujer, no tenía con la ciudad otra comunicación que un estrecho sendero, el cual subía hasta ella entre los arroyos de los manantiales calientes. La trasera