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los dientes de roca envueltas en una atmósfera tibia que parece bañar la tierra en un perfume líquido y ambarino; cuando oigo estremecerse las hojas, zumbar los insectos, suspirar las brisas, y las ondas del lago frotar suavemente las orillas con el rumor de una tela de seda que se desenvuelve pliegue a pliegue; cuando veo la sombra de aquella a quien Dios hizo mi compañera hasta el fin de mis días dibujarse a mi lado, en la arena o sobre la hierba, y siento en mi una plenitud que nada desea antes de la muerte, y una paz que ya no turba ningún suspiro, creo ver el alma feliz de la que un día se mo apareció en aquellos lugares elevarse centelleante e inmortal de todos los puntos del horizonte, llenar por sí sola aquel cielo y aquellas aguas, lucir con aquellos resplandores, embeberse en aquel éter, arder en aquellos fuegos, pentrar en aquellas ondas, respirar en aquellos murmurios, rezar, ensalzar, cantar en aquel himno de vida que rueda de las cascadas a los lagos y hace que cruce sobre el valle y sobre los que se acuerdan de ella una bendición que se ve con los ojos, se oye con el oído y se siente con el corazón!

(Aqui se interrumpia el manuscrito de Rafael.) FIN