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mano se heló sobre vuestro nombre... ¡Amadla en ese Cristo que nos amó hasta la muerte, y vivid para vuestra madre!...

ALAIN."

CII

Caí inanimado sobre la paja. No volví en mí hasta sentir en mi frente el frío glacial de la media noche. Todavía ardía la vela. Tenía la carta del médico convulsivamente estrujada entre los dedos. El paquete intacto había rodado por el suelo. Lo abrí con los labios, como si temiese profanar, rasgándolo con mis dedos, aquel mensaje celeste. Cayeron sobre mis rodillas varias largas cartas escritas de mano de Julia. Estaban colocadas por orden de fecha.

La primera decía:

"¡Rafael! ¡Oh mi Rafael! ¡Oh hermano mío! ¡Perdonad a vuestra hermana que os haya engañado tanto tiempo!... ¡Nunca espereé volver a veros en Saboya!... Sabía que mis días estaban contados y que no viviría hasta esa felicidad!... Cuando os dije: "¡Hasta la vista, Rafael!", a la puerta del jardín de Monceau, no me comprendisteis; pero me comprendió Dios. Yo quería decir: hasta que nos volvamos a ver, a amar, a bendecir en el cielo... ¡ Niño!... Pedí a Alain que os engañase también y me ayudase a haceros partir a París. Quería

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