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tre las cortinas y soñando con un hermano que sus ojos buscaban en aquella Naturaleza. Al recordar aquella imagen me latía el corazón con tanto ímpetu que me veía obligado a alejarla para poder respirar.

La noche había descendido casi enteramente de la montaña al lago. Veíanse ya las aguas a través de una bruma de claroscuro que aplomaba su sabana ensombrecida. En medio del silencio universal y profundo que precede a lá obscuridad, el ruido regular de dos remos que parecían acercarse a la orilla hirió mi oído. Pronto vi una manchita movible en el agua, que se agrandaba por momentos y entraba, dejando a cada lado una ligera franja de espuma, en la ensenada próxima a la casita del pescador. Pensando que sería el pescador mismo, que volvía de la costa de Saboya a su casa abandonada, bajé precipitadamente de las ruinas a la playa para encontrame allí a la llegada de la barca. Esperé en la arena a que el pescador abordase.

C

En cuanto me distinguió: "¡Señor!—me grito. Sois el joven francés a quien se espera en casa de Paquita y para quien me han dado este papel?" Y hablando así, se metió en el agua hasta media pierna y avanzó, trayéndome una abultada, carta. Por el peso noté que la