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·252 para darme dos vidas a mí! ¡Ahí están, en la lejanía, las cimas de los álamos de la gran avenida, que se extienden como una serpiente verde que sale de las aguas! ¡He ahí las quintas, las praderas, los castañares, los caminos excavados, en lo bajo de las montañas donde yo cogía las flores, las fresas, las castañas con que llenaba su delanta!!

Aquí me dijo ella tal cosa; allí le confesé tal secreto de mi alma; más allá pasamos toda una tarde en silencio, mirando al sol poniente, lleno de entusiasmo el corazón, sin voz en la garganta. En esas ondas quiso morir. En esta playa me juró que viviría. ¡Bajo aquel grupo de nogales, entonces deshojados, me dijo adiós y prometió que volvería a verla antes que hubiesen amarilleado las nuevas hojas! Ya van a amarillear. Pero el amor es tan fiel como la Naturaleza. Dentro de unos días la volveré a ver... La veo ya, porque, ¿no estoy aquí para esperarla? Y esperar de este modo, ¿no es ver ya?

XCIX

Luego evocaba en mi imaginación aquel momento en que, paseándome por los campos que sombrean los nogales que bajan desde la montaña hasta el jardín del médico, vi la ventana de la habitación que le habían reservado, abrirse por primera vez y asomarse a ella una mujer, la cabeza inundada de largos cabellos negros, acodada en-