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reconstituir en mi memoria el lugar, los muebles, el lecho, la lámpara, las horas que sólo conservaban su sitio en mí, cuando todo había sido desplazado por un año de ausencia. No había en las desiertas cercanías de la vivienda nadie que me pudiese informar sobre las causas de su abandono. Viendo los haces de leña que quedaban en el corral, los pollos y los pichones que venían a refugiarse en la estancia y las muelas de heno y paja intactas en la huerta, creí comprender que la familia había ido a hacer la recolección tardía en lo alto de la montaña y todavía no había vuelto.

Aquella soledad, de la cual yo había tomado posesión, me pareció triste; pero, no obstante, meos triste que la presencia y los pasos indiferentes en aquel lugar que yo tenía por sagrado. En presencia de aquellas gentes habría tenido que reprimir mis miradas, mis gestos, mi voz y las impresiones que me asaltaban. Resolví pasar alli la noche. Subí un haz de paja fresca; la extendí sobre el suelo en el mismo lugar en que Julia había dormido su sueño de muerte. Dejé la escopeta contra la pared. Saqué de mi mochila un pedazo de pan y un poco de queso de cabra que había comprado en Seyssel para sostenerme durante la marcha. Me puse a cenar al borde de la fuente, que alternativamente fluye y se para, como una respiración intermitente de la montaña, en una verde meseta, por cima de las ruinas de la abadía.

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