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ciéndonos en la belleza del paisaje, en el brillo de las flores, en los perfumes del aire, en la profundidad de la sombra, en el recogimiento de aquellos lugares, que habrían bastado a sepultar la felicidad de un mundo de amor. Lo mirábamos todo, por complacencia, distraídamente; pero en seguida nuestra mirada se abatía al suclo. Nuestras voces, inflamadas por vanas fórmu.las de contento y admiración, revelaban el vacio de las frases y la ausencia de pensamientos, que estaban en otra parte.

También fué inútil que nos sentáramos al pie de las lilas más embalsamadas, bajo los verdes brazos de los más hermosos cedros, en los pedazos de labradas columnas más cubiertos de hiedra, al borde de los estanques más recogidos y rodeados de verdura, para pasar las largas horas de nuestra última entrevista. Apenas habíamos escogido uno de aquellos lugares, una vaga inquietud nos, impelía a dejarle para buscar otro.

Aquí la sombra, allí la luz, más lejos el ruido importuno de la cascada o la obstinación del ruiseñor, que cantaba sobre nuestras cabezas, nos hacían toda voluptuosidad amarga y todo espectáculo odioso. Cuando el corazón duele, la Naturaleza entera nos hace daño. El mismo edén se ría un suplicio más si fuese escena de la separación de dos amantes.

Cansados, por fin, de vagar sin haber hallado en dos horas un abrigo contra nosotros mismos, acabamos por sentarnos cerca de un puenteci-