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paldo es la misma encina, y sus hojas bajas, el dosel.

La mañana era tan transparente como el agua del mar al amanecer, bajo un cabo verdeante de las islas del Archipiélago. Los rayos, ya abrasadores, del verano, caían de un cielo límpido sobre el bosque de la colina, y el monte los de volvía en tibios alientos, como las olas encendidas de sol que vienen a acariciar en la sombra los pies de las bañistas. No se oía más ruido que el de la caída de algunas hojas secas del invierno precedente. Caían, a las pulsaciones de la savia, al pie de los árboles, para dejar sitio a las hojas nuevas, apenas desarrolladas. Volaban los pájaros rozando las ramas, en derredor de los nidos, y a la menor ondulación del heno en flor, se alzaba como una polvareda, un vago y universal zumbido de insectos ebrios de luz.

LXXXVIII

Había tal consonancia entre nuestra juventud y la del año y del día, una armonía tan completa entre aquella luz, aquel calor, aquel esplendor, aquellos silencios, aquellos ligeros ruidos, aquella pensativa embriaguez de la Naturaleza y nues tras propias sensaciones; nos sentíamos tan deliciosamente confundidos y como transfigurados en aquel aire, en aquel firmamento, en aquella vida, en aquella paz, en aquella visible inmortaRAFAEL 15