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aunque no fuese más que el sentimiento de una privación y la amargura de una lágrima! Porque sufrir por vos sería quizá la única cosa que pudiese añadir una gota a la copa de mi dicha.

Sufrir así, ¿es sufrir, o gozar? No; vivir así es morir, en verdad; ¡pero es morir unos años antes en esta miserable vida para vivir anticipadamente la vida del cielo!"

LXXXI

Ella lo creía y yo también lo creía al decirselo. Juntaba mis manos ante ella. Nos separábamos al fin de estas entrevistas, guardando ella, llevándome yo, para alimentarnos de ella durante nuestra separación, hasta el día siguiente, la impresión de la última mirada, el eco del último acento que había de permitirnos vivir y esperar todo un largo día.

La veía abrir su balcón cuando yo había traspuesto el umbral de la puerta; acodarse, entre las flores, en la barandilla, y seguirme con la mirada hasta donde la bruma del Sena dejaba que mi sombra se dibujase sobre el puente. Cada ocho o diez pasos me volvía para enviarle mi alma con mi mirada y mis suspiros. Me parecía que mi ser se desdoblaba en dos; mi pensamiento se queda ba para revolar y habitar cerca de ella, y mi cuerpo, solo, como un ser maquinal, volvía lentamente, por las sombras de las calles desiertas, a la puerta del hotel donde iba a acostarme.