Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/21

Esta página no ha sido corregida
19
 

—Toma—me dijo—; salva solamente ese pequeño manuscrito; no tengo valor para romperle. Después de mi muerte, la nodriza haría con él cucuruchos para los granos. No quiero que el Lombre de que está lleno sea profanado. Llévatele, guárdale hasta que sepas que he muerto. Muerto yo, le quemarás o le guardarás hasta tu vejez, para acordarte de mí algunas veces al repasarle.

Cogí el rollo, le oculté bajo mis ropas y salí, prometiéndome volver al día siguiente y todos los días para dulcificar el fin de Rafael con loś cuidados y las conversaciones de un amigo. Según bajaba las escaleras, encontré una veintena de niños que subían, con los zapatos en la mano, a tomar las lecciones que él les daba hasta en su lecho de muerte; un poco más lejos, el cura de la aldea, que venía a pasar la tarde con él. Salu dé al sacerdote respetuosamente. El vió mis ojos enrojecidos y me devolvió un saludo de triste in teligencia.

Al siguiente día volví a la torre. Rafael se había extinguido por la noche. La campana de la vecina aldea comenzaba a tocar a muerto. Las mujeres y los niños se asomaban a la puerta de sus casas y lloraban mirando a la torre. En un campecillo verde, al lado de la iglesia, se veía a dos hombres cavar la tierra, abriendo una fosa al pie de una cruz...

Me acerqué a la puerta. Una nube de golondrinas revoloteaba y piaba alrededor de las ven-