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en nosotros. Nunca, de fijo, dos seres tan irreprochables en sus miradas y en sus mismos pensamientos pusieron más al desnudo su corazón el uno ante el otro, ni se revelaron más inmaterialmente el fondo más misterioso de sus sentimientos. Aquella inocente desnudez de nuestras almas seguía siendo casta, aunque tan libre de velos. Era como la luz que todo lo muestra y nada mancilla. No teníamos que revelarnos sino el amor inmaculado que, abrasándonos, nos purificaba.

Por su misma pureza, nuestro amor se renovaba constantemente con los mismos fulgores en el alma, el mismo rocío en los ojos, el mismo sabor virginal de su primera floración. Todos los días eran como el primero. Todos los momentos se parecían a ese inefable momento en que uno siente abrirse el amor dentro de sí y repetirse en el corazón y la mirada de otro que es como él mismo; siempre flor, siempre perfume, siempre embriaguez: porque el fruto no ha de ser cogido nunca.

LXXVIII

Aquel amor tomaba, para traducirse, todas las infinitas formas por las cuales Dias la permitido que el alma se comunique con el alma a través de la barrera transparente de los sentidos:

desde la mirada que contiene la mayor parte de nuestro ser en un rayo casi inmaterial, hasta los 1