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202 palabras para expresarles mi reconocimiento. Pero volvía en seguida a mi sombra y a mi silencio, te meroso de prolongar la conversación si la animaba. Los consideraba no más que como el marco de un cuadro. El único interés real para mí estaba en el rostro, la palabra y el alma de aquella que me robaban con su presencia.

LXXVII

Pero también, ¡qué alegría y qué latir del corazón cuando se iban, cuando yo oía rodar bajo la bóveda el coche del último! Quedábamos solos.

Ya la noche había avanzado. La seguridad de nuestras horas solitarias aumentaba a cada paso del minutero, que se aproximaba a la media noche en la esfera del reloj. No se oía más que algún que otro carruaje resonar a intervalos sobre el pavimento del muelle, o los ronquidos del viejo portero, que dormía en una banqueta del vestíbulo, al pie de la escalera.

Nos mirábamos primero sin hablar, como asombrados de nuestra ventura. Yo me acercaba a la mesa a la cual trabajaba Julia, bajo la luz de la lámpara, en alguna labor femenil. La labor se escapaba de sus dedos distraídos. Nuestras miradas se dilataban, se despegaban nuestros labios. Se desbordaban nuestros corazones. Nuestras palabras, ansiosas, como olas contenidas por una abertura demasiado estrecha, vacilaban antes