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y tímidas, dichas a media voz. Siempre he tenido, al mismo tiempo que convicciones fortísimas, un extremo embarazo pana enunciarlas delante de los hombres. Todos me parecían infinitamente superiores a mí en edad y en autoridad. El respeto al tiempo, al genio y al renombre forma parte de mi naturaleza. Un rayo de gloria me deslumbra.

Un cabello blanco me impone. Un hombre ilustre me hace inclinarme voluntariamente. A menudo, esta timidez ha obscurecido mi mérito real; perono lo he lamentado nunca. El sentimiento de la superioridad ajens es bueno en la juventud y en todas las edades. Eleva el ideal a que se quiere aspirar. La confianza en sí mismo es una insolencia para con la Naturaleza y para con el tiempo. Si este sentimiento de la superioridad ajena es una ilusión, es, al menos, una ilusión que engrandece a la humanidad y mejor que la ilusión que la empequeñece. ¡Por desgracia, bien pronto queda reducido a sus justas y tristes propor ciones!

Al principio, aquellos hombres no se fijaban casi en mí. Algunas veces los veía inclinarse hacia Julia y preguntarle en voz baja quién era aquel joven. Mi fisonomía pensativa y la inmovilidad modesta de mi actitud parecían asombrarlos y agradarlos. Insensiblemente fueron acercándose a mí, y con gesto de benévola intención dirigían hacia mi lado algunas de sus palabras. Era como alentarme indirectamente para que tomase parte en la conversación. Yo lo hacía con pocas