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tenían la precisión propia de una boca que ha escogido mucho, al dictar o al escribir, la forma de sus pensamientos. Dejaba entre sus frases largos silencios, como para darles tiempo de entrar en el oído y ser gustadas por el espíritu de los que oían. Las sazonaba con una jovialidad siempre graciosa, nunca cínica, con lo cual parecía darles alas ligeras que de vez en cuando elevasen la conversación y la librasen de la continua pesadumbre de las ideas.

LXXIV

Al cabo de unos días adoraba yo a aquel sabio y encantador anciano. Sólo una cosa me afligía al mirarle: que avanzase con paso sereno hacia la muerte sin creer en la inmortalidad. Las ciencias naturales, que había estudiado mucho, habían acostumbrado su espíritu a confiar no más que en el juicio de los sentidos; lo que no era palpable no . existía para él; lo que no era calculable carecía a sus ojos de elementos de certeza; la materia y la cifra componían para él el universo; los números eran su Dios; los fenómenos, su revelación; la Naturaleza, su Biblia y su Evangelio; su virtud era el instinto. No veía que los números, los fenómenos, la Naturaleza y la virtud no son más que jeroglíficos escritos en la cortina del templo, y quyo sentido único es: Divinidad. ¡Espíritus sublimes, pero reacios, que suber maravillosamen.