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fianza y posarse en mí con esa seguridad y esa caricia de los ojos que son como palabras mudas, pero las mejores palabras de una primera conversación.

El ardiente deseo de serle agradable; la natural timidez de un joven que ve da suerte de su corazón pendiente del juicio que se va a formar de él; el temor de que la primera impresión me fuese contraria; la presencia de Julia, que me turbaba aún, dándome aliento; todos aquellos matices de mi pensamiento, legibles en la modestia de mi actitud y en el rubor de mis mejillas, hablaron, sin duda, por mí mejor que lo hubiera hecho yo mismo. El anciano me cogió las manos con un ademán enteramente paternal, y me dijo: "Estad seguro, señor, de que contáis con dos amistades en vez de una en esta casa. Julia no habría podido elegir mejor un hermano, y yo no he podido elegir mejor un hijo." Me abrazó y hablamos, como si me hubiese visto desde mi infancia, hasta la hora en que un anciano servidor venía invariablemente todas las noches, al dar las diez, para subirle del brazo la escalera y llevarle a su habitación.

LXXIII

Era una hermosa y simpática ancianidad a la cual sólo podía desearse la seguridad del mañana.

Aquella ancianidad completamente desinteresada y paternal no extrañaba ni sorprendía al lado de la joven. Era un poco de sombra de la noche soDignized by