Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/194

Esta página no ha sido corregida
192
 

abrían, así como los cortinajes, y yo podía ver desde la otra orilla la claridad de la lámpara colocada sobre la mesa en que ella leía o escribía esperándome. Mis ojos no perdían nunca de vista aquel fulgor lejano, visible e inteligible sólo para mí entre tantos millares de fulgores de ventanas, faroles, tiendas, carruajes, cafés y de esas avenidas de luces móviles o inmóviles que de noche iluminan las fachadas y los horizontes de París.

Todas estas iluminaciones desaparecían para mí.

No había más claridades en la tierra ni otra estrella en el firmamento que aquella ventanita redonda que se abría para mí como un ojo que me buscase en la sombra, y hacia la cual se dirigían únicamente mis ojos, mi pensamiento y mi alma.

¡Oh poderío incomprensible de esta infinita naturaleza del hombre que puede llenar los espacios de mil universos y aun hallarlos estrechos para su universalidad, o puede concentrarse en un solo puntito luminoso, que brilla a través de la bruma de un río entre el océano de luces de una ciudad inmensa, y encontrar su infinito de deseos, de sentimientos, de inteligencia y de amor en esa sola chispa que no rivalizaría sin trabajo con el gusano de luz en una noche de estío! ¡Cuántas veces me repetía yo esto al dirigirme, embozado hasta los ojos, a mi puente obscuro! ¡Cuántas veces no grité, al divisar aquella claraboya brillante en la lejanía: "Dios mío! Soplad sobre todas las claridades de la tierra, apagad todos esos globos luminosos del firmamento, pero dejad que # 2