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alta vida en su tiempo. Monsieur de M, después de leer mi trabajo, preguntó a Julia quién era el hombre político que había escrito aquellas páginas. Ella, sonriendo, le confesó que eran obra de un muchacho muy joven, sin nombre ni experiencia ni antecedentes en las cuestiones públicas.

Monsieur de M quiso verme para creerlo. Le fui presentado. Me mostró una benevolencia que luego se convirtió en amistad, y que no se ha desmentido hasta su lecho de muerte. No se imprimió aquel trabajo, pero monsieur de M me presentó a su amigo monsieur de Rayneval, espíritu lumino80, corazón abierto, inteligencia atrayente y jovial, aunque laboriosa y grave. Era entonces el alma de nuestros secretos exteriores. Murió de embajador en Madrid. Monsieur de Rayneval, que había leído mi trabajo, me acogió en su casa con esa amabilidad alentadora, esa sonrisa cordial que suprimen la distancia y llenan de ánimo a la primera mirada el corazón de un joven. Era uno de esos hombres de quienes gusta aprender, porque parecen explayarse enseñando, y dan en vez de imponer. Se conocía mejor a Europa en unas mañanas de conversación con él que en una biblioteca de diplomacia. Tenía ese talento innato de las negociaciones que se llama tacto. Le debo la afición a estos asuntos que él manejaba, reconociendo toda su importancia, pero sin sentir su peso. Su fuerza lo hacía todo leve, su facilidad daba espiritualidad a los negocios. Mantuvo en mí el deseo de entrar en la carrera diplomática.