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mente los espíritus. Se titulaba así: ¿Cuál es el lugar que la nobleza debe ocupar en Francia bajo un Gobierno constitucional? Trataba este asunto, delicadísimo en tales momentos, con el buen sentido instintivo y bastante claro que me había dado la Naturaleza, y con la imparcialidad de un espíritu joven e independiente que se eleva sin esfuerzo sobre las vanidades de arriba, las envidias de abajo y los prejuicios de su tiempo.

Hablaba con amor del pueblo, con inteligencia de las instituciones, con respeto de aquella nobleza histórica cuyos apellidos han sido durante mucho tiempo el nombre mismo de Francia en los campos de batalla, en la magistratura y en el extranjero. Proponía la supresión de todo privilegio de nobleza que no fuese la memoria de los pueblos, que no se suprime. Pedía la pairía electiva, y demostraba que en un país libre no hay otra nobleza que la de elección, perpetuo estimulante al servicio del país y recompensa temporal del mérito o la virtud de los ciudadanos.

Julia, a quien yo había dejado el manuscrito pana que comparticse mis trabajos como compartía mi vida, se lo dió a leer a un hombre distinguido, de su intimidad, por cuyos juicios sentía extrema deferencia. Aquel señor era monsieur de M, digno hijo del ilustre miembro de la Asamblea constituyente, mucho tiempo secretario del emperador, ya la sazón realista constitucional, uno de esos espíritus que no tienen juventud, que nacen maduros y mueren jóvenes, dejando una