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lar sobre ellos, la presencia de otros pensamientos secretos y ocultos en el fondo del corazón.

Especie de enigmas cuya solución se busca sin poner un gran interés en encontrarla. Después de haber leído, discutido y anotado todo cuanto constituía entonces esta ciencia, creí distinguir algunos princípios teóricos, verdaderos en su generalidad, dudosos en su aplicación, ambiciosos en su pretensión de clasificarse en la categoría de las verdades absolutas, frecuentemente vacíos o engañadores en sus fórmulas. Yo no tenía nada que oponer a ellos; pero mi ansia de evidencia no se satisfacía del todo. Tiré los libros a mis pies y esperé la luz. Esta ciencia no estaba hecha todavía. Ciencia experimental, no tenía aún años ní madurez para afirmar tanto. Luego ha envejecido y promete a los hombres de Estado algunos dogmas que pueden aplicarse con masura a las sociedades humanas, algunas fuentes de bienestar y algunos lazos de fraternidad que estrechar entre las naciones.

LXIX

Entremezclé con estos intensos estudios el que más me había atraído desde mi niñez: el estudio de la diplomacia o de las relaciones de los gobiernos entre sí. Un azar me abrió el camino.

Había yo escrito durante mi aplicación a la Economía política un folleto de un centenar de páginas sobre una cuestión que preocupaba viva-