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regiones permanentes de la eterna verdad y el eterno sentimiento. Chatham toma la verdad de la mano de Dios, y no sólo hace de ella la luz, sino que hace el rayo de la discusión. Desgraciadamente, no ha quedado de él, como de Fidias en el Partenón, más que despojos, cabezas, brazos, torsos mutilados. Pero, recomponiendo con el pensamiento esos despojos, se hacen prodigios y divinidades de elocuencia. Yo me figuraba tiempos, circunstancias, pasiones, ambiciones, forums parecidos a los que habían arrebatado a aquellos grandes hombres, y, como Demóstenes a las olas del mar,yo hablaba interiormente a los fantasmas de mi imaginación.

LXVII

En aquella época leí por primera vez los discursos de Fox y Pitt. Encontraba a Fox declamador, aunque prosaico; uno de esos genios enredadores, nacidos para contradecir y no para decir, abogados sin toga que no tienen conciencia más que en la voz, y que defienden las causas mirando ante todo a su propia popularidad. Pitt me pareció un hombre de Estado cuyas palabras son actos, y que, en el derrumbamiento de Europa, sostiene casi solo a su país sobre la base de un buen sentido y sobre la constancia de su carácter. Pitt era Mirabeau, con la integridad de más y el ímpetu de menos. Mirabeau y Pitt se