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cito. Si tal escuela no los convierte en héroes, es que la Naturaleza los ha hecho cobardes o pérfidos.

Un pueblo que tuviese a Tácito por Evangelio político, crecería muy por cima de la estatura común de los pueblos. Ese pueblo representaría ante Dios la tragedia del género humano en toda su grandeza y en toda su majestad. Por mi parte, debo a este escritor, no todas las fibras de carne, sino todas las fibras metálicas de mi ser. El es quien las ha templado. Si alguna vez nuestros vulgares tiempos tomasen el giro grandioso y trágico de su tiempo, y yo viniese a ser digna víctima de una digna causa, diría al morir: "Honrad mi vida y mi muerte en el maestro y no en el discípulo, porque es Tácito quien ha vivido y ha muerto en mí!"

LXVI

También me gustaban apasionadamente los oradores. Los estudiaba con el presentimiento de un hombre que un día había de hablar a las multitudes sordas, y que necesitaba conocer con antelación el teclado de los auditorios humanos:

Demóstenes, Cicerón, Mirabeau, lord Chatham sobre todo, más moderno y más sugestivo, a mis ojos, que todos los demás, porque su elocuencia, toda inspiración y lirismo, es más un grito que una voz. Esta elocuencia vuela sobre el auditorío limitado y por encima de la pasión del tiempo, con las más altas alas de la poesía, hasta las