Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/182

Esta página no ha sido corregida
180
 

tarse su grande alma en olas de elocuencia, de sabiduría, de armonía y de piedad. Hasta entonces le había yo tenido por un grande y huero charlatán que encerraba poco sentido en largos períodos: me había equivocado. Es el hombre—verbo de la antigüedad después de Platón; es el más grandioso estilo de todas las lenguas. Se le cree seco, porque está magníficamente vestido. Pero quitadle la púrpura, y queda un alma que sintió, comprendió y dijo cuanto había que sentir, comprender y decir en su tiempo en Roma.

LXV

En cuanto a Tácito, ni siquiera intenté discutir mi pasión por él. Le prefería, incluso a Tucídides, ese Demóstenes de la Historia. Tucídides expone más que hace vivir y palpitar. Tácito no es el historiador, sino el resumen del género humano. Su relato es el contragolpe del hecho en un corazón de hombre libre, virtuoso y sensible. La contracción que imprime en la frente del que le lee no es sólo calofrío de la piel, sino estremecimiento del alma. Su sensibilidad es más que emoción, es piedad. Sus juicios son más que venganza, son justicia. Su indignación es más que cólera, es virtud.

Confunde uno su alma con la de Tácito, y se siente orgulloso del parentesco. ¿Queréis hacer imposible el crimen a vuestros hijos? ¿Queréis que su imaginación se apasione por la virtud? Nutridlos de Tá-