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ciencia por la entrevista de la noche inmediata, y me esforzaba por calmarla. Proporcionaba intensas distracciones, no a mi alma, sino a mi pensamiento y a mis ojos. Habíame impuesto largas horas de lectura, estudio y trabajo, a fin de lograr que desapareciese el tiempo entre la hora en que me separaba de Julia y el momento en que volvía a verla. Quería perfeccionarme, no para los demás, sino para ella. Quería que el hombre a quien amaba no la hiciese ruborizarse de haberle preferido; que los hombres superiores que formaban su sociedad, y que algunas veces me hallaban en su salón como una esfinge modesta, de pie, en el rincón de la chimenea, o como una estatua de la contemplación, descubriesen, si por acaso me dirigían la palabra, un alma, una inteligencia, una esperanza, un porvenir bajo el exterior de aquel joven desconocido, tímido y silencioso. Además, yo me hacía no sé qué confusas ilusiones de actuación brillante, de destino activo, que tal vez un día llegaría a arreba tarme como el torbellino arrancaba la hoja del árbol en el humilde jardín de mi padre para llevarla a lo más alto de los aires; ¡destino que haría gozar a Julia viéndome, lejos de combatir con la fortuna, luchar con los hombres, elevarme en fuerza, en grandeza y virtud, y ella se gloriaría por lo bajo de haberme adivinado antes que la muchedumbre y de haberme amado antes que la posteridad!