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He encontrado todas aquellas cartas. He hojeado página por página aquella correspondencia, clasificada y atade cuidadosamente después de la muerte por la mano de una piadosa amistad. Una carta responde a la otra desde la primera hasta la última palabra, trazadas por una mano ya embargada por la muerte, pero que todavía el amor sostenía con firmeza. Las he releído y las he quemado llorando, encerrado como para cometer un crimen, y disputando veinte veces a la llama la página medio consumida para releerla una vez más!... " Por qué?—me dices—. ¡Las he quemado porque su misma ceniza habría sido demasiado ardiente para la tierra, y la he arrojado a los vientos del cielo!"

LVII

Llegó, por fin, el día en que pude contar las horas que me separaban de Julia. Todos los menudos recursos que pude allegar no se elevaban a la suma suficiente para pasar en París tres o cuatro meses. Mi madre, que veía mi angustia, sin saber su verdadero motivo, sacó de sus jo yeros, que ya su ternura había dejado vacíos, un grueso diamante montado en una sortija. El único, ¡infeliz!, que le quedaba de las alhajas de su juventud. Me le deslizó secretamente en la mano, llorando: "Yo sufro tanto como tú, Rafael me dijo con cara triste, al ver que tu