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apearse en brazos del anciano, que la abrazaba y besaba como un padre besa a su hija al cabo de larga ausencia. El viejo subió kos peldaños de la escalera, penosamente, apoyado en el brazo del portero. El coche fué descargado, y el postillón le llevó a encerrar en otra calle; se cerró la puerta.

Yo volví a mi sitio, carca del parapeto del río.

XLVIII

Contemplé largamente los balcones alumbrados de la casa de Julia. Intentaba entrever lo que pasaba en el interior. Observé el movimiento ordinario de gentes quehaceradas que llevan maletas, abren paquetes y arreglan los muebles a la llegada de un viajero. Cuando todo aquel movi miento cesó, y las luces dejaron de ir de una estancia a otra, y la habitación del viejo, en el priIner piso, se alumbró, sólo con la media luz de una lámpara de noche, vislumbré, a través de los cristales del entresuelo, la figura esbelta y vacilante de Julia, que se dibujaba en la sombra, un instante inmóvil, sobre los visillos blancos.

Fermaneció algún tiempo en aquella actitud. Luego la vi abrir el balcón, a pesar del frío, mirar un momento al Sena, hacia mi lado, como si sus ojos, por una revelación sobrenatural, se hubieran detenido en mí; luego, volverse y mirar mu cho tiempo, del lado Norte, a una estrella que solíamos contemplar juntos, y en la cual nos ha-