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punto, el camino de Sens a París se bifurca; un ramal va a pasar por Fontainebleau, y el otro, por Melun. Como este último era unas leguas más corto, continué por él a fin de llegar a París momentos antes que Julia, y verla bajar del coche a la puerta de su casa. Doblé las propinas a los postillones, y llegué, mucho antes de que anocheciese, al hotel donde yo solía alojarme en París.

Al caer la tarde fuí a apostarme en uno de los muelles de París, frente a la casa de Julia, que ella me había descrito tantas veces; la reconoci como si hubiese pasado allí la vida. Ví en el interior, a través de los cristales, ese movimiento de sombras que van y vienen en una casa donde se espera a algún huésped extraordinario. Percibí en el techo de su habitación el resplandor del fuego encendido en la chimenea. La figura de un anciano se acercó varias veces al balcón como para mirar y escuchar los ruidos del muelle. Era su marido, su padre. Los porteros tenían la puerta abierta, y de vez en cuando salian al umbral para mirar y escuchar también. Un farol, sacudido por el viento tempestuoso de diciembre, proyectaba y recogía un fulgor pálido y fugitivo sobre el pavimento, delante de la puerta. Por fin, desembocó rápidamente de una de las calles un coche de postas y fué a detenerse bajo los balco des de la casa. Corrí a esconderme en la sombra de una columna, bajo una puerta vecina de aquella en que había parado el carruaje. Vi a los criados precipitarse a la portezuela. Vi a Julia