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llamaba a la vida, en tanto que el correo iba en busca de fuego y agua caliente a las lejanas cabañas, y la doncella, sosteniendo sobre sus rodillas los pies helados de su señora, los frotaba con sus manos y los apretaba contra su pecho para calentarlos...; lo que yo experimenté nadie puede concebirlo ni decirlo si no ha sentido combatir así la vida y la muerte en su propio corazón.

Al fia, los tiernos cuidados, la impresión del agua caliente traída por el correo, la de mis manos en las suyas, de mi aliento en su frente, devolvieron el calor a sus extremidades. El color que de nuevo teñía sus mejillas y un débil y largo suspiro que se escapaba de sus labios me anunciaron que iba a despertar de su desvanecimiento. Salté del coche a la carretera para no ser reconocido cuando abriera los ojos. Permaneci allí un momento, un pooo hacia atrás, junto a las ruedas, tapándome el rostro con la capa. Recomendé a los criados silencio sobre mi aparición.

Me hicieron señas de que la viajera se reponía del todo. Of su voz, que balbucía estas palabras como entre sueños: "¡Oh, si Rafael estuviese ahí!

He creído que era Rafael!" Corrí a mi coche. Los caballos reanudaron la marcha; en seguida nos separó largo espacio. Por la noche fui a la hospedería donde se alojó, en Sens, para informarme de su estado. El correo me aseguró que esbaba restablecida y que dormía apaciblemente.

Aun seguí su huella hasta Fossard, relevo de postas, cerca del pueblo de Montereau. En aquel 1