Página:Rafael. Páginas de los veinte años (1920).pdf/148

Esta página no ha sido corregida
146
 

el tiro preparado. Aceleraba o disminuía la marcha, según que quería seguir alejado o acercarme más al primer coche. Interrogaba a los pastillones sobre la salud de la joven señora a quien habían llevado delante de mí. Desde lo alto de las cuestas o a lo largo de las llanadas atisbaba el carruaje, que corría entre la bruma o el sol, llevándome mi dicha. Mi pensamiento se adelantaba a la carrera de los caballos, se asomaba al coche, contemplaba a Julia dormida en un sueño lleno de mí, o despierta y llorando ante la imagen de nuestros bellos días que pasaron. Cuando cerraba los ojos para mejor verla dentro de mi mismo, creía ofr su respiración. Hoy no puedo comprender apenas cómo tuve bastante imperio sobre mí mismo para resistir durante un viaje de ciento veinte leguas el ímpetu interior, que me precipitaba sin descanso hacia aquel coche, tras del cual corría sin querer alcanzarlo, y donde iba encerrada toda mi alma, mientras mi cuerpo, solo, insensible a la nieve y a la lluvia helada, seguía, zarandeado de vaivén en vaivén, sin conciencia de sus propios sufrimientos. Pero el temor de causar a Julia una emoción inesperada que le fuese funesta, de renovar una escena de adioses diesgarradores, y la idea de velar así por su seguridad como una providencia amorosa, con un desinterés angelical, me afirmaba en mi resolución.

La primera vez se hospedó en el gran hotel de Autun; yo, en una posada próxima. Antes de anochecer, los dos coches, siempre el uno a la