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si caería enferma, sola en algún hospedaje, y hasta moriría llamándome en vano, me impidió reposar. Yo no tenía dinero. El buen viejo que me prestó los veinticinco luises había muerto durante mi ausencia. Cogí mi reloj, una cadena de oro que tres años antes me había dado una amiga de mi madre, algunas alhajas, mis charreteras, mi sable, los galones de plata de mi uniforme; lo envolví todo en una capa, y me fui a casa del joyero de mi madre; me dió treinta y cinco luises por todos mis despojos. Corrí al albergue donde dormía Julia, llamé a su correo y le dije que seguiría de lejos al coche hasta las puertas de París, pero que no quería que su señora lo advirtiese, temiendo que se opusiera por consideración a mí. Le pedí el nombre de las poblaciones y de los hoteles donde pensaba parar, a fin de parar yo también en los mismos puntos, pero en hoteles distintos. Anticipadamente pagué con largueza su discreción. En la posta tomé caballos, corrí y salí media hora después de haber visto arrancar el coche que yo quería seguir.

XLVII

Ningún obstáculo imprevisto vino a contrariar la vigilancia misteriosa que yo quería ejercer. El correo avisaba secretamente a los postillones la llegada de un segundo carruaje, para el cual pedía caballos. Yo encontraba en todos los relevos RAFAEL 10