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juntos para hablar de Dios, intercalando en aqueIlas joviales teologías risas locas y caricias infantiles; dos figuras tan bien colocadas en el cuadro de aquel paisaje, tan bien confundidas en aquella Naturaleza salvaje, reconcentrada, misteriosa como ellas; todo aquello, tiene para los poetas, para los filósofos y para los amantes un atractivo oculto, pero muy hondo, que nos seduce sin que nos demos cuenta de él. Para los poetas, es la primera página de aquella alma que fué un poeta; para los filósofos, es la cuna de una revolución; para los amantes, el nido de un primer amor.

XLIII

· Discurriendo sobre este amor, subimos al sendero pedregoso que cruza el barranco por donde se va a los Charmettes. Estábamos solos. Hasta los cabreros habían abandonado las secas praderas y los setos sin hojas. El Sol brillaba a través de algunas nubes rápidas, y sus rayos concentrados calentaban más que los flancos, bien abrigados, del barranco. Los petirrojos saltaban casi al alcance de nuestra mano por los matorrales. De vez en cuando nos deteníamos y nos sentábamos al margen del sendero para leer una o dos páginas de las Confesiones e identificarnos con el sitio.

Evocábamos al joven vagabundo, casi andrajoso, llamando a la puerta de Annecy y entregando, todo ruboroso, su carta de recomendación a la bella re-