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siones, donde el poeta de los Charmettes describe aquel retiro campesino. Rousseau fué arrojado allí por los primeros naufragios de su destino y acogido en el regazo de una mujer joven, bella, juguete de la suerte y náufraga como él. Aquella mujer parecía haber sido hecha ex profeso, por la Naturaleza, de debilidades y virtudes, de sensibilidad y de licencia, de piedad y de independencia de espíritu para incubar la adolescencia del aquel extraño genio en cuya alma convivían un sabio, un amante, un filósofo, un legislador y un insensato. Otra mujer acaso habría hecho florecer otra vida. En un hombre se encuentra siempre entera la primera mujer a quien amó.

¡Feliz quien hubiese hallado a madame de Warens antes de su profanación! Era un ídolo adorable, pero ya hollado. Ella misma rebajaba el culto que un alma virgen y enamorada le rendía.

Los amores de aquel joven con aquella mujer son una página de Dafnis y Cloe, que fué arrancada del libro y ha reaparecido mancillada y sucia en el lecho de una cortesana.

No importa. Era el primer amor o el primer delirio de un hombre joven y hermoso. El sitio donde ese amor nació; el pabellón donde Rousseau hizo sus primeras confidencias; la estancia donde sintió el rubor de las primeras emociones; el corral donde el discípulo se gloriaba de descender a los más humildes trabajos corporales para servir a su amante en su protectora; los castaños dispersos a cuya sombra se sentaban .