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vega por el pequeño mar de Bourget. Una terraza cubierta por algunas higueras separa al cas tillo de la playa de fina arena, adonde llegan continuamente, muriendo, espumando, lamiendo el suelo y balbuciendo, las lengüecillas azules de las olas. ¡Oh cómo envidiábamos a los poseedores de aquel nido ignorado de los hombres, oculto entre los ramajes y las aguas y sólo conocido de las aves del lago, del viento del Mediodía y del Sol! Mil veces le colmamos de bendiciones y le deseamos que abrigase corazones como los nuestros.

XXXVIII

Desde Bon—Port subimos, contorneando la extremidad del collado de Tresserves, por el Norte, hacia las altas montañas que dominan el valle de Chambery. Volvimos a ver las mesetas, las praderas, las cabañas sepultadas bajo los nogales, los ribazos musgosos donde mugen los ternerillos, cuyas esquilas resonaban incesantemente como para advertir a los pastores que los cuidaban desde lejos. Subimos hasta las últimas quintas.

Ya el viento glacial del invierno había abrasado la punta de las hierbas.

Recordamos las horas deliciosas que habíamos pasado allí, las palabras que allí nos habíamos dicho, las ilusiones que allí nos habíamos hecho de separarnos completamente del mundo, los suspíros que en aquel mismo lugar habíamos con-