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cuerpos con mis pies iba a sepultarnos para siempre, sentí que su pálida cabeza se abatía con el peso de una cosa muerta sobre mi hombro y que su cuerpo se doblaba por las rodillas. El exceso de emociones, la alegría de morir juntos se habían anticipado a la muerte. Julia se había desmayado en mis brazos. Me sobrecogió con súbito horror la idea de que iba a abusar de su desmayo para arrastrarla, sin que ella lo supiese, y tal vez a su pesar, a mi propia tumba. Me retiré, bajo su peso, al fondo de la barca, y me apresuré a desatar las cuerdas que nos rodeaban. La tendí sobre un banco. Mojé mis manos en el lago y estuve mucho tiempo salpicando de gotas de agua fría sus labios y su frente. No sé cuánto tiempo permaneció así, sin sentido, sin color y sin voz. Cuando observé que abría los ojos y volvía a la vida, ya llegaba la noche, y la ondulación insensible de las aguas nos había llevado a pleno lago.

—¡Dios no lo ha querido!—le dije—. Vivimos; lo que nos parecía un derecho de nuestro amor, ¿no sería un doble crimen? ¿No. hay en la tierra alguien a quien nos debamos?... ¿Nadie tampoco en el cielo? añadí mostrándole, respetuosamente, con una ojeada y un gesto, el firmamento, como si hubiese vislumbrado en él al juez y dueño de los destinas.

—No hablemos más de ello—me dijo quedamente. I No hablemos jamás! ¡Habéis querido que viva, y viviré; mi crimen no era morir, sino haceros morir conmigo!