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ahondara con el tiempo. Lo poco de atrayente que te ha seducido en mi rostro pronto se marchitará. No quedará en tus ojos más que el recuerdo y el asombro de tu entusiasmo desvanecido. Además, yo no puedo ser más que un alma para ti... Tú sentirás la necesidad de otras dichas... Si las hallaras en otra mujer, yo moriría de celos. ¡Yo moriría de dolor si te viese desgraciado por mi culpa!... ¡Oh! ¡Muramos, muramos! ¡Ahoguemos ese porvenir, feliz o siniestro, en este último suspiro, que al menos no traerá a nuestros labios más que el sabor sin mezcla de la completa felicidad!...

Mi alma me decía al mismo tiempo y con la misma fuerza lo que su boca decía a mis oídos, lo que la Naturaleza, solemne, muda, fúnebre, en el esplendor de su hora suprema, decía a todos mis sentidos. Las dos voces que yo escuchaba, una fuera y otra dentro de mí, me decían las mismas palabras, como si uno de aquellos lenguajes hubiese sido nada más que el eco o la traducción del otro. Olvidé el universo, y la respondi:

— Muramos!.........

Rodeé con ocho vueltas a nuestros cuerpos, estrechamente unidos como en un mismo sudario, las cuerdas de la red de los pescadores que hallé a mano en la embarcación. La levanté en mis brazos, que había dejado libres, para precipitarla conmigo en las olas... En el momento mismo en que el impulso que yo había dado a nuestros